viernes, 31 de agosto de 2012

Memorias de una...de Tuilla

Hoy holgazaneamos un poco más que de costumbre e hicimos más bien poco caso al despertador, para echar media horita más de sueño, que a este paso no recuperamos.

Salimos del hotel en dirección al centro comercial Yodabashi, para desayunar. Esta vez le tocó el turno a la cafetería Delifrance, a la que habíamos echado el ojo días antes. Nos metimos un par de bollos con trozos de chocolate entre pecho y espalda y nos dirigimos a la estación de autobuses.

El primer punto de hoy en nuestra agenda, consistía en visitar el templo Ginkakuji, o templo de plata. El caso es que existe también otro templo llamado Kinkakuji, conocido como el Pabellón Dorado, el cual teníamos prevista su visita para otro día. En fin, que nos hicimos la picha un lío y por confundir una letra terminamos yendo al Kinkakuji.

En Kyoto, el medio de transporte habitual es el autobús, mucho más lento y tedioso si te acostumbras a la eficiencia de los trenes y Metro de Tokio. El viaje, con muchas paradas, se nos hizo muy pesado y eso que no salimos ni de la ciudad. No éramos conscientes de nuestra equivocación hasta que una vez atravesada la puerta del templo, vimos el Pabellón Dorado ilustrado en un mapa.

Aunque nos trastabilló los planes de un día, nos lo tomamos como una sorpresa, ya que era uno de los objetivos más importantes de nuestro viaje. Y es que el Kinkakuji es una obra de arte increíble, está hecho para ser admirado, pintado y fotografiado. Se trata de una construcción de tres plantas, ornamentada principalmente con oro, cuya belleza es solamente igualable por su propio reflejo en el agua. Podéis comprobar en las fotos que no exagero nada al comentar sus bondades. Cuando nuestra cámara comenzó a echar humo de tanto retratar al Pabellón Dorado, continuamos la marcha por un sendero que nos llevaría a visitar el resto de pequeños templos de la zona. Por el camino nos encontramos un pequeño altar con una pieza circular en el centro, en la que la gente arrojaba monedas intentando meterlas dentro, supongo que con algún motivo de obtener buena suerte, pedir un deseo, etc.

Una vez visitado el Kinkakuji, decidimos seguir con el resto del plan establecido para el día de hoy. Asi que salimos de la zona del templo y nos pusimos en busca del autobús que nos llevaría al siguiente templo: Kiyomizu-dera.

Tras mirar una y otra vez nuestros planos sin sacar nada en claro, decidimos preguntarle a un señor que dirigía el tráfico en el cruce a la entrada del templo. Muy amable nos señaló la dirección en la que encontraríamos la parada de bus y nos dijo el número de línea que deberíamos coger para llegar a nuestro próximo destino. El viaje fue de unos 45 minutos, una auténtica brasa, haciendo paradas cada dos segundos. Definitivamente, en tema de transporte urbano, Tokio gana por goleada, gracias a la excepcional red de tren y metro que posee.

Por fin llegamos a la parada de Kyomizudera-michi, donde una elegante pagoda nos recibió sobresaliendo por encima de las pequeñas casas de la zona. Pero antes de seguir con la visita del templo Kiyomizu-dera, decidimos hacer una parada para algo muy especial. ¿Recordáis que os prometimos geishas? Pues aquí os traigo una muy original, podríamos denominarla "Asturgeisha".

Callejeamos acompañados de un calor agotador, hasta encontrar, no sin antes preguntar a un lugareño, el Shiki Studio. Se trata de un estudio en el que te puedes vestir como una maiko, una geiko o incluso un samurai, cuidando hasta el más mínimo detalle y en el que te realizan una serie de fotos, que posteriormente te entregan en un pequeño book. Un recuerdo y una oportunidad única que Aida no pudo dejar escapar :)

Después de esperar más de una hora sin ver nada del proceso, una chica salió a buscarme para llevarme con mi mujer, ya semijaponesa XD. Me calcé los playeros para subir una escalera en el exterior del edificio, que llevaba al segundo piso, donde nuevamente me descalcé para entrar en el estudio fotográfico. Fue increíble encontrármela tan perfectamente caracterizada, el kimono y todos sus accesorios son una auténtica pasada. La fotógrafa me la presentó diciendo: "Aquí tienes a tu princesa japonesa" :)

Pude quedarme a ver la sesión de fotos en el interior y en el exterior, donde incluso nos dieron 10 minutos a solas para poder hacer las fotos que quisiésemos. En la entrada os dejamos un aperitivo de la sesión.

Más tarde, habiendo Aida recuperado su aspecto natural, nos pusimos en marcha hacia el templo Kiyomizu-dera. Su edificio principal, cuenta con una especie de corredor limitado por una barandilla que lleva a un pequeño precipicio al bosque. Una antigua tradición consistía en saltar desde la barandilla hacia el precipicio, una altura de 13 metros, y si se conseguía sobrevivir a la caída, un deseo sería concedido.

La verdad que es una zona muy bonita y fotogénica, aunque tuvimos la mala suerte de encontrarnos varios edificios en proceso de restauración, algo necesario pero que empaña el conjunto de la visita. También, a causa de las obras no pudimos ver las llamadas "Piedras del amor", un par de rocas situadas a 18 metros la una de la otra y que las personas que quieran garantizar su éxito en el amor, deberán, con los ojos cerrados cubrir la distancia que las separa.

Volvimos hacinados y cocidos al vapor en un autobús más que repleto a la estación de Kioto para seguir a pie nuestro camino al Hotel. Nos dimos una ducha y nos fuimos de nuevo a la estación, aunque esta vez a la zona de restauración. Allí cenamos en un restaurante que servían Okonomiyaki, un plato que ya probamos hace días en Akihabara. Para el que no lo sepa, el okonomiyaki consiste en una mezcla de repollo, harina y huevo a la que se añaden distintos ingredientes más, formando una pasta que se prepara a la plancha, dando como resultado una especie de tortilla super jugosa y sabrosísima. La de hoy era la recomendación de la casa y llevaba cerdo, noodles (fideos) y queso. Estaba simplemente espectacular.

Eso ha sido todo por hoy, espero que os gusten las fotos. Mañana es uno de los días que con más ansia espero...y es que habrá... Ninjas!!!

Un saludo!


jueves, 30 de agosto de 2012

Una grulla por la paz

La entrada de hoy es mucho más cortita que la del día de ayer, ya que hemos gastado prácticamente medio día en viajes :(

Despertamos a eso de las 8:00 en nuestra maravillosa habitación de Miyajima, acompañados de un dulce hilo musical. Dormimos genial en esos futones, son increíblemente cómodos. Nos pusimos el yukata y bajamos a darnos una ducha para después desayunar.

La noche anterior nos dieron a escoger entre desayuno oriental u occidental. Escogimos el occidental y escogimos bien, porque no estamos acostumbrados a comer cosas así tan temprano y seguramente nos hubiese decepcionado. Llenamos la tripita y volvimos a subir a la habitación para recoger los bártulos e irnos de la isla, muy a nuestro pesar.

Antes de irnos, la gentil señora, tras darnos las gracias por haber estado allí, nos obsequió con una bolsa de salsa de soja, recomendándonos un par de usos para ella. También nos preguntó qué íbamos a hacer el resto del día y demás, nos acompañó hasta la calle y nos despedimos. Esperamos volver a verla alguna vez.

No podíamos irnos de la isla sin volver a ver el O-Torii una última vez, no sé, llamadlo obsesión si queréis, pero nos resultó inevitable. Nos tomamos nuestro tiempo admirándolo una vez más y nos dirigimos a la estación de ferry. Fuimos a través de una calle llena de tiendas para comprar algún recuerdo y un par de Momijis, unos dulces rellenos, en nuestro caso de una pasta con chocolate, muy parecidos a los que os enseñamos en una entrada anterior, en Asakusa.

Pasamos también por el parque para despedirnos de nuestros amigos los ciervos y uno de ellos quería comerse nuestras bolsas, son la bomba. Ya en la estación tuvimos que esperar unos 10 minutos a que llegase nuestro barco. Nos montamos y volvimos a subir sin pensárnoslo al piso de arriba para no perder detalle de la isla durante nuestra despedida. Según nos alejábamos del puerto, el O-Torii se hacía cada vez más pequeño, mientras nuestros deseos de volver a verle algún día se hacían cada vez más grandes. Ya en Miyajimaguchi, tomamos el tren hacia Hiroshima, donde pasaríamos la mañana.

Nuestro primer destino fue el Genbaku Domu, o Cúpula de la bomba atómica, parte de un edificio que quedó en pie tras la explosión y que ha sido conservado por los japoneses como símbolo de paz. El epicentro de la explosión tuvo lugar a unos 150 metros del edificio, por lo que es casi un milagro que no hubiese sido reducido a cenizas. Es realmente impresionante estar de pie ante esta estructura y resulta absolutamente sobrecogedor si comienzas a imaginarte lo que sucedió en ese mismo lugar, hace ya 67 años.

Cruzamos un puente que cruzaba el río hasta llegar al Parque Memorial de la Paz. Allí nos encontramos con un monumento dedicado a los niños muertos a causa de la bomba atómica. En lo más alto del monumento se encuentra la estatua de Sadako Sasaki sosteniendo una grulla en sus manos.

Sadako era una niña que vivía en Hiroshima y tenía 2 años cuando se produjo el ataque a 1,5 Km de su casa. No sufrió daños directos el día de la explosión, aunque 8 años después desarrolló leucemia a causa de haber sido expuesta a la radiación y no pudo volver a caminar. Ella no perdió la esperanza y confió en una antigua leyenda japonesa conocida como Senbazuru, que dice que aquel que construya 1000 grullas de papel, podrá cumplir un deseo. Sadako comenzó a crear grullas de origami con cualquier papel que tuviese a su disposición. Era consciente de que no era la única en su situación así que en lugar de pedir su deseo de poder volver a caminar, decidió ampliarlo para pedir que se curasen todas las víctimas del mundo y reinase por fin la paz.

El cáncer no entiende de deseos y Sadako solo consiguió realizar 644 grullas en el momento de su muerte, a los 12 años de edad. No obstante, sus compañeros de clase decidieron terminar la tarea llegando a completar las mil grullas por ella.

Hoy en día, escuelas de todo el mundo siguen enviando grullas de origami a Hiroshima que se guardan y exponen junto al monumento de Sadako, como símbolo de paz y de esperanza.

En el interior del monumento hay una campana dorada en forma de grulla de papel que ambos hicimos sonar en honor a todos los niños que perecieron a causa del devastador ataque, aquel Agosto de 1945.

Cruzando la calle, nos encontramos otro monumento más, la Llama de la Paz, situada sobre una estructura de hormigón alargada. Es una llama que arde desde el año 1964 en Hiroshima, símbolo de paz y de rechazo a las armas nucleares, seguirá ardiendo hasta que desaparezca la última de ellas. Ojalá algún día veamos como se apaga esa llama...

Unos metros delante tenemos otro monumento más en homenaje a los fallecidos. Se trata de un arco de hormigón inteligentemente situado, a través el cual se observa la llama antes mencionada, así como la cúpula Genbaku al fondo. Este monumento protege un arca que contiene el registro de todos los fallecidos a causa de la bomba y que tiene una inscripción:

"Descansad en paz, pues el error jamás se repetirá"

Terminamos nuestra visita en el Museo de la Paz, en el que pasamos unas tres horas. He decidido no sacar ninguna foto dentro, aunque esta vez se permitía, porque no me parecía apropiado ni respetuoso con el pueblo japonés. Dentro pudimos encontrar toda la información del mundo acerca de lo ocurrido ese día, así como objetos encontrados, maquetas e incluso dibujos realizados por supervivientes a modo de reflejar lo que ocurrió tras la explosión.

Nos llamó especialmente la atención y nos sobrecogió al mismo tiempo un reloj expuesto en una vitrina, que marcaba las 8:15, hora de la detonación y que se paró justo en ese momento. Al lado del expositor había un texto que decía:

"Una libélula aleteó frente a mí y se posó en una valla. Me levanté y cogí mi sombrero. Estaba a punto de coger la libélula con mis manos, pero entonces..."

Vimos escenas muy duras y documentos aterradores, pero aún así si venís a Japón os recomendamos encarecidamente este lugar, para aprender un poquito más de la historia de la humanidad, aunque sea en su parte más negra y al salir amaréis aún más este país, os lo aseguro.

Salimos del museo para dirigirnos a la estación de Hiroshima y coger un Shinkansen rumbo a Osaka. Aquí tuvimos un pequeño error con los trenes y terminamos subiéndonos en un tren que iba haciendo todas las paradas y que tardó 2 horas en llegar. Para ese momento ya era de noche y nuestros planes restantes ya se habían estropeado, por lo que decidimos continuar hasta Kyoto para cenar, volver a hacer el "check in" en el hotel, lavar ropa y descansar para continuar mañana con nuestra aventura nipona.

Para mañana os prometemos Geishas, así que no os lo perdáis!!

Un abrazo.

Japón mágico

Un día más en Japón, muchas cosas vividas y poco tiempo para contarlas. Ayer el cuerpo nos pidió un descanso y por eso hoy haremos una entrada doble.

El miércoles nos pegamos el ya tradicional madrugón para coger a tiempo el Shinkansen que nos llevaría desde la estación de Kyoto a Hiroshima, para una vez allí tomar un tren hasta Miyajimaguchi y por último subirnos al ferry con destino a la isla de Miyajima.

No hay mucho que decir sobre los viajes en tren, cómodo y nada largo. Eso sí, esta vez habíamos reservado asientos para asegurar un buen sitio a nuestras posaderas. Continúa el viaje y llegamos a Hiroshima, un sitio conocido en todo el mundo y que, irremediablemente hace que te pongas un poquito más triste solo con leer su nombre. Pero no era el día de Hiroshima, ya que lo teníamos planificado para el día siguiente, así que nos montamos en un tren que nos acercaría aún más hacia la costa, hacia un lugar llamado Miyajimaguchi.

Aquí, en Miyajimaguchi, no recorreríamos ni 100 metros para llegar finalmente al puerto desde el cual partió nuestro ferry hacia la isla de Miyajima, donde pasaríamos esa noche. Se abrió la puerta del barco y subimos al piso de arriba sin pensárnoslo dos veces para ponernos en primera fila y así poder hacer las mejores fotos posibles.

Desde el puerto ya podíamos ver el O-Torii, una puerta sagrada de color anaranjado erigida en el mar, que da acceso al templo Itsukushima, también con sus cimientos en el mar. Cuanto más nos acercábamos a la isla, más bonito era todo, más impresionante nos parecía el Tori y menos nos creíamos que realmente estábamos allí.

Llegamos al puerto de la isla en unos 10 minutos aproximadamente y nada más posarnos nos invadió un agradable olor a mar. El Sol estaba oculto, pero la humedad de Miyajima hacía incluso que sintiésemos aún más calor de lo habitual. No quiero exagerar, pero la humedad que tenemos en Asturias no es nada comparada con la de este país, así podéis haceos a la idea.

Salimos de la estación de ferry directamente a un parque muy especial, ya que estaba lleno de venados o ciervos...lo que viene siendo "Bambi" y estaban todos sueltos. Se acercan a la gente, les puedes acariciar, darles de comer, etc. Están tan acostumbrados a las personas que no se asustan lo más mínimo y puedes sentarte al lado de uno mientras duerme sin que se percate a penas, eso sí, guardad vuestros planos, guías, etc porque se los comen! Son muy muy curiosos y en cuanto ven algo que les parezca apetecible, van a ir a probarlo, eso seguro.

Continuamos caminando por el parque y callejeamos un par de veces para llegar al hotel y dejar allí una de nuestras mochilas. Nos atendió una señora muy amable con buen inglés a la que veríamos más tarde, ya que no podíamos hacer "check in" hasta las 15:00. Nos sobraba tiempo, así que decidimos irnos a visitar alguna de las maravillas de la isla.

Comenzamos por subir unas escaleras al final de la calle que nos llevaron a los pies del templo Senjokaku y la Pagoda de cinco pisos. Ambas estructuras son una alegría para la vista, aunque solo un aperitivo de lo que nos esperaba. No pudimos resistirnos más, así que descendimos hasta el puerto para contemplar, esta vez un poco más cerca, el O-Torii (Gran Puerta). Observar esta obra de arte posada tan elegantemente sobre el mar, mientras escuchas el sonido de las olas, te transmite una serenidad única. Y eso que la marea estaba bajando y todavía no la habíamos podido ver acompañada perfectamente por el agua.

Allí estuvimos, embobados, no recuerdo cuánto tiempo, mirando la puerta e intentando por enésima vez creernos que realmente estábamos en Japón, que lo habíamos conseguido y que aún nos quedaba mucho por descubrir. Nos dirigimos, acto seguido, a la entrada del santuario Itsukushima, Patrimonio de la Humanidad. Una construcción levantada en el mar que impresiona al primer vistazo, aunque no pudimos contemplar su belleza completamente hasta la noche, ya que la marea estaba bastante baja ya. Desde el pequeño muelle del santuario, aún se ve más bonito y espectacular el Tori, alrededor del cual empezaba a arremolinarse la gente sobre la arena a la que el agua daba cada vez más paso. Nosotros bajaríamos más tarde.

Hora de tomar un refresco en la plaza justo a la salida del santuario, donde las máquinas expendedoras hacen una vez más, acto obligado de presencia. Hago un inciso para comentar una cosa que descubrimos en nuestro primer día de viaje. Y es que en Japón no hay papeleras. Así es, es casi imposible encontrar una mísera papelera en este país...digo casi, porque en ocasiones, las propias máquinas expendedoras tienen unos orificios en los que introducir las botellas de plástico, cristal o latas o bien tienen una pequeña papelera justo al lado que cumple la misma función. También podemos encontrar papeleras de reciclaje en las estaciones de tren, aunque lo más probable es que tengamos que llevar a cuestas nuestras botellas vacías hasta encontrar una de estas papeleras y aprovechar para tirarlas todas. Con lo cual, si tenéis sed comprad bebida en botella de plástico para poder cerrarla y guardarla en la mochila, ya que a nosotros nos ha tocado cargar con una lata de Coca-Cola en la mano, unas cuantas horas.

Con el gaznate bien fresco proseguimos nuestra visita dirigiéndonos a la pagoda Tahoto, una pequeña pagoda de 15 metros de altura (creedme, es pequeña) con influencias arquitectónicas de la India y de China, muy bonita pero que tiene pinta de pasar bastante desapercibida. Justo enfrente de la pagoda existe un sendero que atravesamos para llegar, tras subir una pequeña cuesta, a la entrada del templo Daishoin, sin duda uno de los sitios más bonitos de la isla, con multitud de caminos, altares, esculturas...Un lugar para perderte durante tiempo indefinido, sin llegar a cansarte nunca.

Subiendo unas escaleras llegamos a un pequeño templo que rodeamos para descubrir un pequeño altar y un sitio donde colocar esas típicas tablillas de madera en las que la gente escribe deseos y demás, que pudísteis ver en fotos de días anteriores. Esta vez, un texto escrito en español llamó nuestra atención, decía algo como "Por fin hemos vuelto, después de cuatro años, el deseo que pedimos en este templo, se ha hecho realidad...". Estábamos solos en aquel momento y nada más leer el mensaje, nos miramos y rompimos a llorar, echando de menos ya nuestro viaje. No quisimos perder la oportunidad así que depositamos una donación y cogimos un par de velas que colocamos en el altar para encenderlas, cada uno la nuestra, y despedirnos de aquel templo mientras observábamos la llama que reflejaba la esperanza de nuestro regreso a este maravilloso país.

Más tarde, hicimos una parada, la de la lata de Coca-Cola XD, para descansar un poco los pies antes de abandonar el Daishoin. Estábamos sentados en un banco tomándonos el refresco, cuando de pronto comenzamos a escuchar el rezo de un monje budista, proveniente de uno de los edificios del templo, que nos impresionó bastante. Justo al lado de donde nos encontrábamos, había otro pequeño templo en cuya entrada se podían comprar unos pequeños Maneki neko, que todos conoceréis por ver en las tiendas de chinos, ya que son los míticos gatitos que mueven la pata delantera como saludando. Buscad su nombre en google para conocer la historia de esta típica figura. El caso es que nos cogimos una para llevárnosla de recuerdo, pero descubrimos que tenía algo en su interior, un papelito de la suerte. Nos acercamos a un puesto cercano de souvenirs para preguntarle a un señor qué significaba el papelito y tras leerlo en japonés nos dijo con una sonrisa: "Super Good Luck!!" (Super Buena Suerte!!). Nos dijo que teníamos que guardarlo con nosotros, si fuese mala suerte se suelen dejar atados en los templos (hay alguna foto). Con este mensaje de buena suerte en nuestro poder, decidimos dejar nuestro Maneki neko allí, junto a una de las muchas estatuillas de buda tan simpáticas que hay por todo el lugar, concretamente una con un casco de samurai que nos gustó especialmente. Nos despedimos de nuestra figura no con un adiós, sino con un "hasta luego", esperando volver a verla, en un futuro, en ese mismo lugar, con su patita blanca levantada, dándonos la bienvenida.

Bajamos al pueblo de nuevo para comer en un bar junto al santuario Itsukushima. Comimos ostras fritas y cerdo con salsa de curry y arroz, unos platos exquisitos.

Con la panza llena y la marea baja, decidimos bajar a la playa para poder acercarnos de verdad al O-Torii e incluso tocarlo. Casi al lado de la Gran Puerta, vimos un par de chicos japoneses haciéndose una foto el uno al otro y se les veía a la legua que querían salir juntos en una foto pero no se atrevían a preguntarle a nadie. Así que se lo dijimos directamente y acabamos haciéndoles la foto y luego ellos a nosotros :)

Ya debajo del O-Tori, descubrimos una tradición muy curiosa, que consiste en lanzar una moneda a una de las vigas del Tori y conseguir que no se caiga. El suelo estaba lleno de monedas...o mejor dicho, el suelo estaba prácticamente hecho de monedas, que el viento va tirando con el paso del tiempo, ya que el agua no llega tan alto. Nosotros conseguimos dejar la nuestra al tercer lanzamiento, bajo la atenta mirada de nuestros dos amigos japoneses, que nos volvimos a encontrar y nos pidieron hacer una foto los cuatro juntos.

Tras todo esto, por fin fuimos al hotel, donde nos dieron la llave y la agradable señora nos enseñó las instalaciones. Es un hotel de estilo tradicional japonés, muy bonito y muy acogedor y la habitación, como podéis comprobar en las fotos es una autentica pasada. Descansamos un rato y volvimos a coger los bártulos para continuar nuestra visita en la isla. Esta vez tocaba el teleférico.

Salimos del hotel y nos dirigimos al parque Momijidani, un precioso bosque que nos cobijó del calor en nuestro ascenso hasta la estación del teleférico, acompañados por el sonido ya familiar, del canto de las cigarras. Antes de llegar a la estación vimos también algún puente e incluso un pequeño estanque que contenía unas carpas enormes y muy bonitas.

El viaje en teleférico se hace en dos partes, parando en una estación intermedia, para finalmente llegar a la estación situada en lo alto del monte Misen, donde pudimos disfrutar de unas inigualables vistas del mar interior desde una altura de 430 metros.

Tras disfrutar del paisaje decidimos volver al hotel, ya que la cena estaba prevista para las 19:00 y queríamos hacer uso del baño japonés antes de esa hora. Subimos rápidamente a la habitación para quitarnos la ropa y ponernos el Yukata, una especie de kimono de andar por casa, muy cómodo por cierto, exceptuando que casi me como las escaleras en una ocasión, tras pisarlo. El baño fue espectacular, una bañera de piedra llena de agua muy caliente que estaba rebosando por los laterales continuamente. Nuestros cuerpos, especialmente nuestros pies, lloraron de alegría cuando nos sumergimos en esa bañera.

Relax total.

Preparados ya para la cena, bajamos al comedor donde nos esperaba nuestra mesa. Fue una cena tradicional, en la que pudimos degustar Salmón, Anguila, Sashimi, Sopa de Miso, Sopa de leche, Bacalao, Un caldo de jengibre, arroz e incluso ternera. Todo estaba excepcional, podéis ver la pinta que tenían los platos, mirando las fotos. Solo tuvimos algún problema con el Sashimi, que aunque tenía muy buen sabor, es difícil acostumbrarse a la textura en boca del pescado crudo. Terminamos la cena con un sabroso helado casero de naranja que estaba de muerte.

Antes de acostarnos no quisimos dejar pasar la oportunidad de ver a nuestro querido O-Tori, sin duda protagonista de esta entrada, iluminado por la noche. Verlo brillando en la oscuridad del mar nos proporcionó el último toque de magia para un día completísimo e irrepetible.

Miyajima en nuestro recuerdo siempre.